Del Mediterráneo al Atlántico en una bicicleta clásica.
Mataró–Finisterre.
La idea de realizar un viaje en bicicleta de carretera revoloteaba con
fuerza en mi cabeza desde hacía algún tiempo: poner rumbo al Norte para seguir
el rio Loira en Francia, recorrer la Península sin dirección definida o tomar
un ferri para explorar la Toscana. Tan sólo hace un par de años que disfruto de
las ruedas finas (del mtb hace algún tiempo más), pero la sensación de
deslizarse por el asfalto y de zarandear la bicicleta para aumentar la fuerza
del pedaleo en busca de alcanzar la cota más alta de la carretera han calado
muy hondo en mi corazón. Una aventura de varios días avanzando por el mapa se
presentaba cómo la forma perfecta de aprovechar mis días de vacaciones. A la
vez, anhelaba repetir la experiencia del Camino, de seguir la ruta celta de las
estrellas hacia poniente en busca del Ocaso del Sol que esconde los misterios
del Cosmos (teoría del origen pagano del Camino). El Camino de Santiago, a
pesar de estar muy trillado es una aventura que te permite evadirte del paso
del tiempo y expulsar los malos espíritus acumulados durante el año.
Mataró 28 de Julio de 2015. Km 0.
Dos en uno. Cuando realicé la ruta Jacobea en el año 2013 en bicicleta de
montaña tuve la sensación de ir constantemente pegado a la carretera, así que
hacer el cambio de medio no sería una transgresión demasiado grave.
Aprovechando la experiencia, la planificación necesaria sería muy poca, tan
sólo replantear el equipaje escogido en la otra ocasión y estudiar la
aproximación. Dada a la ventaja de viajar por carretera, alargaría el recorrido
saliendo de la misma puerta de mi casa en Mataró y terminaría con la
prolongación propia del Camino, Finisterre. Del mar al océano. También decidí
dejar mi bicicleta habitual en casa, pues una recomendación para el bicigrino es no llevar una montura demasiado
atractiva para los amigos de lo ajeno. Me declaro amante del ciclismo clásico y
usuario urbano de bicicleta antigua. Con la ayuda de mi amigo Iván de la tienda
FixieVallès del Masnou (antes se
encontraba en Sant Celoni) pude poner mi bicicleta Massi antigua a punto y
sustituir algunas piezas deficientes que me habrían dado problemas a lo largo
de los quilómetros que me aguardaban. En vez de alforjas, preferí llevar
mochila con lo mínimo indispensable. Ciñendo el cinturón podría descargar el
peso en la cadera y liberar la espalda evitando empeorar la estabilidad de la
bicicleta (además montar y desmontar las alforjas es un quebradero de cabeza).
La Massi Turbo en la tienda Iván. Fabricadas en
Granollers. Cuadro de acero, cambio Shimano SIS de 7v, ruedas Mavic 190 FB de
aluminio y pedales de montaña por mayor comodidad de las zapatillas. Los
puentes de freno los sustituimos por unos nuevos más fiables.
Con el deber de aguardar a resolver unas gestiones importantes, decidí el
día de partida más temprano posible: el martes día 28 de Julio, en plena Fiesta
Mayor de Mataró. La noche anterior pude disfrutar de los fuegos artificiales. Las
escasas horas de sueño estuvieron amenizadas por las coblas que tocaban en
frente mismo de mi casa a las 2 de la mañana. A las 6:30 bajaba las escaleras
acompañado de mi madre que me despidió con algo de dinero inesperado y el
típico “come bien estos días”. En ese momento debo reconocer que estaba
desconcertado. Había estado forzando la bici por la Collada de Parpers y la
Nacional, pero no tenía la seguridad que no fuera a explotar en cualquier
momento, y la mochila aun siendo más ligera de 4 kg lastraba más de lo que
esperaba. A pesar de los temores, enganché el pedal derecho y me impulsé para
arrancar la máquina que sería mi acompañante durante un número indefinido de
días. El primer paso estaba dado, solo era necesario tomar rumbo a Montserrat.
El viaje empezó cómo muchas otras salidas de entrenamiento, tomando la
carretera del Cros a Argentona y subiendo a Parpers. Al cruzar el cartel del
Vallés Oriental y dejar el Maresme me sentí cómo Sam cuando le llama la
atención a Frodo al abandonar La Comarca.
“Frodo: Vamos Sam; recuerda lo que Bilbo solía decir:
es peligroso cruzar tu puerta. Pones tu pie en el camino, y si no cuidas tus
pasos nunca sabes a donde te pueden llevar.”
Mi idea era ir decidiendo la ruta día a día. No obstante, por motivos personales
tenía intención de llegar a Monreal a la 4ª jornada (a 10km de Pamplona). También
debía pasar por la Oficina Parroquial de Montserrat para conseguir la
Credencial, un pasaporte para identificarte cómo peregrino y poder hacer uso de
los albergues (también se puede pedir con antelación por correo, pero soy un
procrastinador). Según el track consultado
debería recorrer unos 97 km antes de atacar el puerto. La combinación de
carreteras era un poco complicada aún con la ayuda del GPS del móvil, que ha
resultado ser indispensable a lo largo de la travesía. Mis ciudades de
referencia eran Mollet del Vallès, Sabadell y Terrassa. En todas ellas debí
parar varias veces a mirar el mapa por la dificultad de seguir las carreteras
que se desvanecen al cruzar los núcleos urbanos. En Sabadell perdí una gran
cantidad de tiempo, pues los semáforos están sincronizados con mucha maldad.
Según observé en los mapas consultados, una vez pasada Terrassa tomando la C-58
las combinaciones serían más sencillas hasta el mismo Santiago. No me
critiquéis, no soy muy ducho en orientación.
Tomando un giro amplio a derecha que reseguía un talud pude ver aparecer
ante mí el imponente macizo rocoso. Esa visión me dio un subidón de adrenalina
y me animó para agilizar en el avance por el constante sube-y-baja de la C-58, alegrado
por los amables camioneros que trataban de acompañarme con sus cercanos y
turbulentos adelantamientos. Una vez en Monistrol de Montserrat realicé una
breve parada para estirar y reponer sales (Coca-Cola) antes de empezar la
escalada. Me alivió ver en el móvil que el perfil es más llevadero que los que
solemos hacer en el Montseny. A pesar de ello, la subida se hizo dura pues al cassette de 7 velocidades le habría
faltado una corona con algunos dientes más.
Mi primera ascensión a Montserrat en bicicleta.
Una vez arriba, sorteando la gran cantidad de turistas, me dirigí a la
parroquia del Santuario (después de muchas vueltas, resultó estar al lado mismo
del Monasterio). Allí los encargados de acoger a los peregrinos fueron muy
amables y me permitieron hacer constar Mataró cómo mi ciudad de partida y dejar
el primer espacio para sellar en blanco. También me asesoraron para seguir con
mi ruta y me ofrecieron quedarme en el albergue (por cierto, el albergue de
Montserrat es gratuito para los peregrinos). Este es un buen punto para
explicar la ruta hasta Santiago. Por si a alguien le viene de nuevo, lo que
todo el mundo conoce por el Camino de Santiago, que va de
Sant-Jean-Pied-de-Port a Santiago de Compostela, es el Camino del Francés,
donde confluyen todas las rutas de Europa antes de cruzar los Pirineos. No es
el único, pues los antiguos peregrinos que habitaban en la Península no eran
tan frikys como para alejarse de la ciudad del Apóstol para tomar la ruta más
famosa. Lo lógico era buscar el camino más directo y más fácil. Así tenemos el
Camino Catalán, el Camino Aragonés, la Vía de la Plata… Dicen que el más duro
es el Camino del Norte por el País Vasco, que me queda pendiente para hacer por
carretera. Para la ocasión, tomé el Camino Catalán que parte oficialmente de
Montserrat para empalmar con el Camino Aragonés cerca de Jaca y en Puente la
Reina con el Camino del Francés.
La gran decepción del día fue descubrir que la carretera que partía del
Monasterio hacia Santa Cecília e Igualada no era un descenso de los guapos sino
una carretera que seguía ascendiendo aderezada con viento de cara. Aun así, con
162 km en el velocímetro pude llegar poco antes de las 15 horas a Jorba, fin de
tapa objetivo del primer día. El albergue no habría hasta las 18h, por lo que pude
estirar y almorzar en el Bar “La Gallega”. La espera a la apertura del albergue
fue amenizada por un curioso furgón de venta ambulante fruta: “Ha llegado ¡EL
FRUTERO! Frutas y verduras, en la puerta de tu casa. Pruebe el rico melón
manchego […].”
A falta de batidos de proteínas, buena es una
butifarra con patatas.
En el Albergue Parroquial Sant Jaume el párroco Enric fue muy amable y me
permitió guardar la bici dentro del edificio. Esa noche compartí el albergue
solamente con otro peregrino, un profesor de secundaria de Lugo que resultó ser
todo un veterano de los diferentes caminos. Jorba, a pesar de ser pequeña,
dispone de un supermercado Bon Àrea
dónde pude reunir lo necesaria para la primera cena.
El miércoles 29, a las 5:30 cruzaba el umbral del albergue ya con las patas
de madera y los nuevos cayos en el culo que empezaban a tomar forma (gajes del
cambio de sillín). La noche anterior había estudiado las carreteras y a pesar
de que el Camino original pasaba por Lleida, la única opción era una autopista
con acceso vetado a las bicicletas, problema que volvería a encontrar en
Logroño y en el mismo Santiago. Por suerte, una carretera alternativa que
partía de Tárraga me permitió esquivar esta ciudad y seguir mi rumbo hacia la
Comunidad de Aragón. Pude pasar por Cervera, destino que tantas veces he oído
anunciar en la Estación de Sants de Barcelona. La C-53 seguida de la C-26 que
van de Vilagrassa a Alfarràs es la carretera más perfectamente llana que he
recorrido jamás. Ya con las reservas de barritas agotadas (tenía la utópica
esperanza de ir adquiriendo más en las tiendas de deportes de las ciudades que
cruzara), empecé la que sería la costumbre de asaltar gasolineras y colmados en
busca de fruta y powerade. A media
mañana, por fin alcancé la frontera con Aragón, delimitada por un acueducto de
piedra.
La frontera con Aragón. Esto se pone serio.
Con el cambio de Comunidad, la carretera cambia de nombre a A-140. ¿A de
Aragón? Esta jornada pretendía terminar en Monzón, más al llegar a esta ciudad
y buscar información del albergue, descubrí que sólo había un hotel. La
siguiente etapa de caminante se encontraba a 23 km y se apartaba de la
carretera principal: Berbegal. Había un teléfono de contacto así que llamé para
asegurarme que estuviera abierto, pues había comprobado que el sistema de
refugios fuera del Camino del Francés no era tan polivalente. Dije que esperaba
llegar en una hora cómo mucho, a lo que me respondió que contara un poco más y
que me esperaría en la piscina del pueblo. Ya tranquilo por tener el
alojamiento asegurado, tomé el desvío de la Nacional por la carretera rural,
que no hacía más que subir y de nuevo tuve que sufrir el incordio del viento de
frente y el calor de las 13:30. La sorpresa fue descubrir que Berbegal es una
ciudad medieval en lo alto de una colina similar al Mont Saint-Michelle, con
una subida a base de rampas importantes. Ese día, tuve la extraña experiencia
de disponer del albergue para mí solo. Paseándome por el pasillo, haciendo uso
libre del baño y ocupando despreocupadamente toda la cocina.
El jueves día 30 partí un poco más tarde porque, cómo comenté, tenía intención
de pasar en Monreal el 4º día y esa meta parecía asegurada salvo imprevisto.
Sin contar el pequeño incremento de recorrido por carreteras rurales, con
parajes más pintorescos que los de la Nacional, el recorrido hasta la ciudad de
Huesca fue bastante tranquilo y sin contratiempos. Allí pude tomar un buen
desayuno antes de finiquitar el capítulo del Camino Catalán a través de la
preciosa A-132 entre Huesca y Puente la Reina de Jaca (diferente del Puente la
Reina del Camino Francés). Esta carretera transcurre paralela al Rio Gállego y una
curiosa cordillera llamada los Mallos de Riglos.
Parada en la A-132 en la provincia de Huesca.
La carretera también cruza por un pantano a través de un puente de forja
antiguo. Pasada Salinas de Jaca, la carretera empieza a picar para arriba hasta
el puerto de Santa Bárbara, dónde tuve encuentro con la niebla y las primeras
lluvias.
Encontrarte con la niebla y haber perdido la luz
roja. Mal negocio.
Al fin en el Camino Aragonés, tomé la decisión de retroceder en éste 6 km
hasta Santa Cilia a cambio de evitar desviarme de la carretera más principal
para llegar a Arrés, fin de etapa natural de los peregrinos a pie. En un pueblo
con mala cobertura telefónica y un albergue sin supervisión, tras esperar un
buen rato decidí hacer uso de las instalaciones y darme una ducha. Finalmente
conseguí contactar con la pareja de la encargada que me dio permiso para
acomodarme a mi antojo. La anécdota del
día es que al llegar al albergue, vi salir de éste a un peregrino un tanto
desaliñado que incluso dejó unas botas en la entrada. No volvió a aparecer por
la noche ni por la mañana, así que volví a tener el albergue para mí solo. En
el comedor había depositados unos libros gratuitos de un interesante profeta
colombiano que afirmaba ser usuario habitual de los viajes astrales: “Hercólubus o Planeta Rojo”, por V. M.
Rabolú. Gracias a él ahora soy consciente de la inminente aniquilación de la
tierra, que será castigada por hacer experimentos nucleares en el océano, por
creer en la soberbia de la ciencia y por permitir la homosexualidad. Avisados
quedáis.
En el noticiario, advirtieron de la aproximación de unas lluvias con las
que ya contaba. Con lo que no contaba era con 30 mm/h y un bombardeo de
relámpagos. El castigo divino de Hercólubus
había llegado. Cómo la previsión del tiempo aseguraba que la lluvia empezaría
por la mañana, el viernes 31 hice la apuesta de salir a las 4:00 de la mañana.
A pesar del esfuerzo, cuando llevaba 10 minutos se abrió de golpe el grifo y
empezó la contrarreloj individual de mi vida. Con 80 km de tormenta y agarrado
de la curva de abajo del manillar, logré llegar a Monreal antes de las 7:00
para despedir a los peregrinos menos madrugadores. Por suerte, la encargada del
albergue me permitió hospedarme a pesar de considerarme un estúpido. Misión
cumplida. Ese día pude recuperar fuerzas en compañía de algunas de las personas
más divertidas que conocería en el viaje, Alejandra y Santi. Pasamos la tarde
celebrando una reñida Liga del Juego de la Oca (que por cierto, éste podría
tener cómo origen la representación del Camino, pues los Templarios empleaban
ocas cómo) y tratando de adivinar películas por medio de la mímica. Para los
más chismosos, el asunto personal que me atraía a Monreal era encontrarme con
toda una campeona pamplonica del mundo de la pista que acostumbra a participar
en las competiciones que se celebran en el Velódromo de Horta.
A medida que pasaba el día, la tormenta fue empeorando hasta que la Guardia
Rural nos advirtió que algunos peregrinos debieron ser rescatados. Para secar
la ropa, aprovechamos unos radiadores eléctricos y una estantería metálica para
apañar una secadora. También descubrí el truco de rellenar el calzado con papel
de diario para secarlo. La cena fue amenizada por la coral del pueblo, que
acudía al aula del albergue para practicar la estrofa que más les costaba, el
del Alléluia.
A unos 30 km de tomar el Camino del Francés, el primer día de Agosto tomé
rumbo a Puente la Reina acompañando hasta la carretera a los amigos que dejaba
atrás. El objetivo era Nájera, pues aunque recordaba el albergue de Logroño con
cariño me pareció inapropiado repetir etapa. Es bueno descubrir lugares nuevos
que puedan aportarte cosas nuevas.
Al fin en el Camino del Francés.
Del Camino son famosas las flechas amarillas que indican el supuesto
trazado del Camino tradicional. Cómo imagináis, para los que nos da por ir de
peregrinaje con ruedas finas eso no es válido. No obstante, la breve ilusión de
encontrar señalización específica del Camino por carretera fue gratificante
(hasta que descubres que éstas tratan de mandarte para la autopista). Con la
vuelta del buen tiempo, la ruta del día se vio acompañada de interminables
campos de girasoles. También pude encontrar los primeros compañeros bicigrinos, aunque lastrados por las
alforjas sobrecargadas y las ruedas de montaña llevaban velocidades muy
inferiores. Con el tiempo transcurrido, la mochila había pasado a formar parte
de mi morfología, igual que la geometría de la bici se había vuelto familiar.
Cambiar con las palancas del cuadro ya era un acto reflejo. El primer
contratiempo mecánico resultó ser que el pedal izquierdo se había aflojado por
el roce con la zapatilla. Apreté cómo pude la rosca de la biela (los pedales se
aprietan con una llave allen de diámetro
considerable). En Logroño encontré una tienda de bicicletas, dónde paré para
comprar una luz roja y pedir que me lo apretaran. Tuve un fuerte desencanto
cuando el vendedor me respondió que el problema no era el roce con la
zapatilla, sino que la bici era una mierda y las bielas muy viejas y no eran de
la rosca correspondiente (falso). También me dijo que con los peregrinos te
encuentras cualquier cosa, vamos, que somos la peste. A pesar de sus elogios,
amablemente me forzó el pedal que resultó estar desviado del eje de la biela
hasta quedar fundidas ambas roscas. Al menos el apaño funcionó. Por si queréis
disfrutar de los servicios de éste señor, acudir a la tienda VINI VIDI BICI de
Logroño, distribuidor oficial Scott.
El siguiente contratiempo fue la falta de
una carretera ciclable entre Logroño y Navarrete (a no ser que te la juegues en
la autopista), segmento necesario para llegar a Nájera. Ese día tocó hacer ciclo-cross por caminos agrícolas con
partes de tierra y otros de asfalto añejo castigado por la pesada maquinaria
agrícola. Salvada esta parte pude llegar a mi destino del día sin más
dilaciones justo a la apertura del albergue municipal. Allí mi equipación del
Mataró empezó a causar efecto. Cada día, al menos 4 personas distintas me han
preguntado si provengo de dicha ciudad y me han explicado sus conexiones con
ella. ¡Mataró tiene poder! También conocí a tres personas con las que pude
compartir la jornada y la cena: Pilar, Resu y Oscar.
Sin saberlo, con 665 km había alcanzado ya
la mitad en jornadas de mi camino hasta el Fin del Mundo.
Parte 2
POSTUREO DEL CAMINO
·
Guerra
de enchufes para poder recargar la batería del móvil. El que lleva un ladrón es
el rey del albergue.
·
Los
ciclistas se creen que están corriendo el Tour.
·
En
bicicleta no tiene mérito, en las bajadas uno no se cansa.
·
El
Camino de Santiago es todo llano.
·
Si
haces menos distancia que yo eres un turista, si haces más te lo tomas cómo una
competición y te lo estás perdiendo.
·
Hacer
amigos en el albergue para compartir la cena o la ficha de la lavadora.
·
Dormir
escuchando música con auriculares para no oír la sinfonía de ronquidos.
·
Reunir
sellos en la credencial cómo si fueran una colección de cromos.
·
Alemanes
haciendo ruido con bolsas de plástico a las 4 de la mañana.
·
Coreanos
ninja que van totalmente cubiertos de negro y no hacen ningún ruido al
levantarse.
·
La
mochila no se puede poner sobre la cama.
El domingo 2 de Agosto se planteaba cómo un reto. Burgos se hallaba a poco
menos de 100 km de distancia; pasada ésta ciudad las carreteras se alejaban del
Camino y no se volvían a encontrar hasta
Carrión de los Condes. Obviamente opté por la opción larga a pesar de
avanzar 175 km, la que sería una distancia récord para mis piernas. Salí a las
5:20 de la mañana. A esa hora hacía tanto frío que no era capaz de calentar las
piernas. Aun tirando de molinillo los músculos permanecían en frío. Entretanto,
crucé la frontera entre La Rioja y Castilla y León. Paré a desayunar en el Bar El Paso en Belorado, dónde recibí una
divertida acogida. A las 7:00 de la mañana los habitantes estaban ya
alarmantemente contentos. Fui víctima de un exasperante número de jugarretas
inocentes cómo encontrarme la bicicleta llena de candados o tener que buscar el
café que me habían escondido. “¿Por qué coño no te compras un coche?“ También
pude alimentar mi ego al verme objeto del flirteo de las chicas del pueblo, yo
que en Mataró no me como un rosco.
De saberlo, el día antes quizá pasaba de Nájera y
tiraba un poco más hasta Belorado.
Tras la dosis de cafeína y algo de azúcar en las venas pude seguir hasta
Burgos dónde puse el sello intermedio y abandoné la posibilidad de hacer etapa
corta.
Foto de guiri en la catedral de Burgos.
Pasado Burgos encontré un par de puertos en lo que teóricamente era un
tramo completamente llano. En el primero pude disfrutar de un pique con un
ciclista de la zona, al que le cogí rueda y ataqué a escasos metros de la cima
para llevarme el KOM. Al menos pude disfrutar durante un tiempo de compañía en
el que estaba siendo un viaje muy solitario por el duro asfalto. A 40 km de
Carrión de los Condes, paré en un pueblo llamado Padilla de Abajo dónde me tomé
un helado (algunos días encontrar fruta era tarea imposible) para afrontar el
final. El Apóstol me recompensó por vencer las tentaciones de Belorado con 35
km de intensos sube-y-baja con un viento horrible. Llegué con un buen pajarón
al albergue de Santa Maria del Camino, dónde fui muy bien acogido por las
hosteleras francesas. Ese día todas las tiendas estaban cerradas, así que no
había otra alternativa que ir de menú. Pude disfrutar de un almuerzo elaborado
con un bacalao buenísimo cómo plato fuerte, buena dosis de proteína para el
cuerpo. Ese día también conocí a Renoir, un chico alemán de nombre francés de
sólo 17 años que estaba recorriendo en solitario el Camino a pie.
El lunes siguiente (3 de Agosto), tras la paliza del día anterior decidí
tomármelo con calma hasta Astorga, una bonita ciudad Monumental que puede
enorgullecerse de tener una obra de Gaudí, el Palacio Episcopal. El viaje
transcurrió sin contratiempos hasta León, dónde empecé a notar un poco de
molestia en el gemelo izquierdo. Invertí una buena cantidad de tiempo en
visitar León y otra más anduve perdido hasta poder retomar la Nacional. Pasando
por Villadangos del Páramo, nombre que me resulta muy divertido, decidí parar
pues la molestia en el gemelo seguía a pesar de haber parado varias veces a
estirar. Allí la hostelera se sorprendió de que parara temprano porque “la
gente que salía de León solía llegar hacia las 6 de la tarde”. A pesar de ello,
había recorrido ya 137 km. Con tiempo suficiente, pude limpiar la ropa, hacer
la compra y descansar para atacar al día siguiente la Cruz de Ferro.
Viajar ligero de equipaje implica lavar cada día.
Para que veáis una cocina típica de albergue.
Consejos higiénicos en el baño.
Una desventaja u oportunidad, según quieras ver, de viajar en bici es que
cada día te despides de la gente que conoces para no volver a encontrarlos. En
un día cubres cómo poco cinco etapas de los peregrinos a pie. Lo bueno es que
si éstos no te caen bien no los volverás a aguantar y conocerás más gente
diferente. La tarde en Villadangos decidí repetir la gesta de hace dos años de
coronar el mismo día los dos puntos más altos del Camino, la anteriormente
mencionada Cruz de Ferro y el puerto de O’Cebreiro con los siguientes mini
puertos que dan paso a Galicia. Con otros 170 km en mente y el cuerpo fresco,
fui a dormir temprano con la idea de llegar a Santiago en los próximos dos
días.
El martes 4 volví a partir a oscuras a las 5:20 para poder llegar al
ascenso de O’Cebreiro antes del calor. Además, me hallaba a tan sólo 6 km de
alcanzar los 1000 km de viaje. Como capricho del destino, a los 5 km mientras
cruzaba un polígono a las 5:30 de la mañana alumbrado únicamente por mi
frontal, se me apareció de golpe un bordillo que ocupaba todo el arcén. A una
velocidad de unos 40 km/h me lo comí de lleno, aun pudiendo pilotar la bici sin
dificultades y sin ningún daño físico. Eso sí, la rueda delantera absorbió todo
el daño. El aro quedo doblado como una patata pringle y en el lugar del golpe quedó una abolladura irreparable.
También la cubierta y la cámara habían quedado rajadas. Necesitaba una rueda
nueva y por suerte en Astorga, a 10 km había un taller de bicis que abría a las
10:00 de la mañana. Cambié la cámara para recorrer con mucho cuidado la
distancia hasta la ciudad (sobresalía por el lugar del golpe) y poder pedir
refugio en el albergue municipal las 4 horas restantes hasta la apertura de la
tienda. Pude descansar en un banco abrigado con el saco fino mientras el
hostalero insistía en despotricar de Artur Mas y explicarme las nefastas
consecuencias de una posible independencia para Cataluña.
Rueda y cubierta para la basura. Por suerte, Roberto
de Bicicletas Roberto fue extremadamente amables y tenía exactamente lo que
necesitaba: una rueda Weinmann económica para poder proseguir mi travesía.
Una vez abierto el taller, pude tranquilizarme al descubrir que en breve
podría reanudar mi marcha. Mi camino sólo se abría retrasado unas horas y el
coste económico de la avería sería bastante razonable. También adquirí unas
perneras que sin saberlo me salvarían de morir congelado en Galicia.
Una vez repuesto, puse el plato grande y ascendí hasta la misma Cruz en muy
buen tiempo. Pude cumplir uno de los caprichos pendientes del Camino: descender
la cumbre de Manjarín en bicicleta de carretera, unas rampas brutales sin
guardavías dónde a poco de soltar el freno la bici alcanza una velocidad de 80
km/h.
La Cruz de Ferro, a 1504 m de altura, se considera el
punto más alto del Camino.
Ya en Ponferrada, con todos los pelos estirados para atrás, tomé un
emparedado rápido a modo de almuerzo para afrontar el segundo reto del día.
Siguiendo una carretera Nacional en muy buen estado, probé de copiar a Peter
Sagan con los antebrazos apoyados en el manillar cómo si agarrara los cuernos
de una bicicleta de contrarreloj. Así finalmente alcancé las cuestas del puerto
de O’Cebreiro. Escogí la carretera que sube hasta Pedrafita de O’Cebreiro a lo
largo de 16 km, ya que la carretera antigua hace lo mismo en la mitad de
recorrido con rampas de entre el 11 y el 16 %. Con el accidente de la mañana ya
llevaba suficiente castigo. Poco a poco y con los bidones cargados de agua pude
coronar sin problemas para mi propia tranquilidad. El día estaba salvado.
Subir O’Cebreiro es sólo una parte, el puerto de San
Roque y el Poio aguardan para darte una sorpresa.
Pasado el alto do Poio me encontré con un grupo de tres bicigrinos que viajaban en bicicletas de
ciclo-cross. Así pues, pude disfrutar
del descenso acompañado de este curioso grupo y reponer fuerza en los breves
ascensos cogiendo rueda de mis efímeros compañeros. En Triacastela no había
sitio, así que el siguiente albergue se encontraba a tan solo 5 km. En Samos sí
pude obtener una cama, en un pequeño pueblo precioso que desearía volver a
visitar con más tranquilidad.
Mis amigos de ruedas intermedias en la puerta del
albergue de Samos, una chica gallega y dos norteamericanos.
El objetivo del día siguiente sería finiquitar la parte más masificada y
comercial del Camino, el tramo que une Sárria con Santiago y el mínimo
indispensable de 100 km para obtener la compostelana. Siguiendo el camino
antiguo sólo quedaban 106 km, pero por las carreteras esa distancia se incrementaba
en unos 35 km, además del consabido carácter rompe-piernas de Galicia. En el
albergue no estaba permitido salir hasta las 7:00, aunque el día anterior
aprendí la lección de no salir antes de las 6:30 para poder pedalear con la luz
del alba.
Llegó el miércoles 5 de Agosto, día en que esperaba alcanzar la capital
Jacobea y poder así realizar mis peticiones al Apóstol. Pude abandonar el
albergue antes de las 7, para rodar un poco y desayunar en Sàrria, inicio
oficial del turigrino. En Galícia también
descubrí la niebla de las mañanas. A poco que subas de cota por una carretera
boscosa te encuentras de lleno en un mar espeso de frío, humedad y poca
visibilidad.
Aún en verano, estate preparado para
calarte de frío.
La geografía gallega es perfecta para entrenar en ascensos y subidas. No
hay término medio, o te encuentras escalando largas cuestas o descendiendo
acoplado al cuadro. Los bosques de eucaliptos que acompañan estos desniveles
amenizan los esfuerzos. Esta etapa se vio alegrada por la compañía del primer bicigrino de ruedas finas en 1200 km de
recorrido, Marcos de Milán. Un auténtico fanático de la marca Cinelli. A pesar de llevar una bicicleta
más moderna que la mía, se veía lastrado por unas alforjas muy cargadas. Fue de
agradecer recorrer los últimos 80 km al fin en compañía afín para poder
comentar las dificultades de algunos tramos de asfalto, criticar a los
conductores y comentar el Tour y el pulso entre Quintana y Froome. La etapa
resultó ser más larga y dura de lo esperado. En palabras de Marcos, el tiempo
era weird, uno no sabía si quería
llevar la chaqueta o no. Finalmente, tras dar un buen rodeo por carreteras
auxiliares para evitar la autopista y los caminos impracticables para nuestras
bicis descendimos Vilamayor para adentrarnos por fin en Santiago y tratar de
guiarnos por las conchas estampadas en el suelo hasta la Plaza do Obraidoro.
Dada la cantidad de turistas y las calles de sentido prohibido terminamos dando
rodeos hasta alcanzar la catedral a las 14:30.
En Santiago junto con Marcos. Miércoles 05 de Agosto
de 2015, hora zulú 14:30.
Tras dar una vuelta, recoger las compostelanas y estirar los músculos,
pudimos ocuparnos de buscar refugio. Los albergues más cercanos al centro de la
ciudad estaban completos así que nos dirigimos al Seminario Menor la Asunción,
una especie de fortaleza en lo alto de un parque a unos 10 minutos andando de
la catedral. Allí debimos esperar un buen rato cuando cerraron las puertas de
la recepción deteniendo momentáneamente el ingreso de huéspedes (parece ser que
hicieron una pausa para ordenar el dinero en metálico) para descubrir que sólo
quedaban disponibles habitaciones individuales a 15€. A las 17 horas tras
recorrer el gigantesco edificio a través de sus amplios pisos, pude descargar
los bultos y preocuparme del almuerzo. En ese punto me despedí de Marcos para seguir cada uno su vía
y empecé a preocuparme de reponer fuerzas para poder alcanzar el objetivo final
de mi viaje. Mientras tomaba una hamburguesa en las cercanías de la fortaleza
del Seminario Menor pude ver que el trazado de la carretera hasta Cee era una
especie de cuña ligeramente separado del trazado original del epílogo del
Camino. El único punto cercano sería la población de Negreira.
Para la nostalgia:
Santiago, día 28 de Julio de 2003, mi primera
peregrinación desde Ponferrada a pie con mis padres a los 11 años.
Día 16 de Julio de 2013, desde Roncesvalles en
bicicleta de montaña.
Día 05 de Agosto de 2015 desde casa por asfalto en
bicicleta clásica. Con cara de petado.
Cuando sonó el despertador el jueves 06 de Agosto me invadió una sensación
de trascendencia. A falta de menos de 100 quilómetros completaría un recorrido
de cerca de 1400 cruzando la Península de costa a costa. Hasta el momento había
tenido pocos sobresaltos (solamente uno a destacar) y ningún daño físico o
enfermedad. Con un poco de suerte, la aventura podría completar su epílogo con
final feliz. Como cada mañana, me acoplé la mochila prácticamente empacada de
la noche anterior y me abroche la cremallera de mi maillot talismán recuerdo de
mi hogar y de las personas que con interés me habían estado mandando sus ánimos
(no soy mucho de publicar mi vida en las redes, pero viendo la acogida positiva
que tenía éste viaje me pareció que podría hacer una excepción). Volví a
recorrer los interminables pasillos y escaleras del Seminario con el casco bajo
la axila. Unos minutos después me encontraba atrapado en una autopista urbana
que constaba en el mapa cómo una carretera convencional. Superadas las
dificultades de abandonar Santiago, pude volver a disfrutar de los continuos
ascensos y descensos gallegos y de su misteriosa niebla. Sin prisa pero sin
pausa, empezaron a invadirme los recuerdos de éste viaje tan concentrado, de
algunas dificultades y de cómo la fortuna había estado de mi lado. También
tenía el deseo de volver a ver el mar, pues cómo hombre de costa hacía 10 días
que no podía contemplarlo. Alargando un poco la ruta, podría haber tomado las
carreteras del Sur que recorrían el litoral paralelas a las rías y quizá de
menor desnivel, pero eso me habría alejado aún más del trazado tradicional. Me
pareció que si el reencuentro se producía a mayor cercanía del destino sería
más apasionante. Otra observación de la etapa fue comprobar cómo los gallegos
no están muy acostumbrados a la convivencia con los ciclistas, pues disponiendo
de dos carriles para adelantar en las cuestas prefieren rebasarte a escasos
palmos, incluso en algunos casos invadiendo parte del arcén. Las carreteras
escogidas fueron la AC-546 prolongada con el nombre de AC-441 hasta Berdoias,
dónde se encuentra el cruce en forma de vértice que permite redirigirse rumbo
al Suroeste con la población de Cee cómo punto de referencia. Por fin en
Concubión se me apareció un aperitivo del Atlántico en forma de golfo enmarcado
por la niebla.
¡Mar a la vista! La pintoresca ciudad de Concubión.
Recorriendo la escarpada carretera costera volví a verme acompañado de
peregrinos a pie, algunos con evidente envidia al verme descendiendo a tumba
abierta con escaso esfuerzo físico. Los últimos quilómetros se hicieron
bastante largos, pues ignorando ya mi pulso y la prudencia de no superar mi
lindar anaeróbico, tiré de todas mis fuerzas por la infinita cuesta hasta el
faro de Finisterre. Y finalmente llegué. Esquivando el embotellamiento de los
conductores ansiosos de aparcar y los turistas absortos en su paseo, saludando
a los peregrinos algunos de los cuales habrían realizado la gesta de recorrer
una distancia similar a la mía sin la ventaja de las ruedas finas. Descalé
justo al arranque de la escalera que bajaba al cabo rocoso. La Massi me había
permitido viajar desde casa, los últimos metros la llevaría yo a cuestas en
agradecimiento de su dedicación en nuestra empresa. Ignorando las risitas de
los transeúntes que esperaban ver si resbalaba y me caía con la bici al hombro,
pude contemplar el paisaje que tanto había fascinado a las gentes en los
tiempos del medievo. Cómo clausura de ésta aventura, pude obtener la fotografía
que llevaba en mente desde hacía un par de días, alzando a mi ahora tan valiosa
compañera ante el Fin del Mundo.
Finis Terrae, km 1384.
No quemé las zapatillas porque son de mi hermano y le prometí que se las
devolvería en buen estado.
De regreso al pueblo de Finisterra obtuve el penúltimo sello (el último
sería el primero, el de Mataró) y descubrí que quien viaja de Santiago hasta allí
obtiene el certificado de la Finisterrana. Para regresar tomé el autobús de las
15h a la estación de Santiago con media hora para hacer transbordo con el
autobús de las 17 horas a Barcelona, trayecto que transcurre a lo largo de unas
15 horas con tres descansos de media hora.
Los sellos de mi credencial.
ETAPAS:
28-07-2015: Mataró – Jorba (162 km)
29-07-2015: Jorba – Berbegal (164 km)
30-07-2015: Berbegal – Santa Cilia de Jaca (125 km)
31-07-2015: Santa Cilia de Jaca- Monreal (80 km con tormenta)
01-08-2015: Monreal – Nájera (135 km)
02-08-2015: Nájera – Carrión de los Condes (175 km)
03-08-2015: Carrión de los Condes – Villadangos del Páramo (137 km)
04-08-2015: Villadangos del Páramo – Samos (171 km)
05-08-2015: Samos – Santiago de Compostela (141 km)
06-08-2015: Santiago de Compostela – Finisterre (93 km)
Este viaje me ha permitido disfrutar de mi afición al ciclismo a la vez que
he disfrutado la experiencia de ver cómo avanzaba poco a poco sobre el plano y
cómo cambiaba el paisaje entre las distintas provincias. Ha sido una aventura
muy positiva tanto en el campo personal cómo el deportivo. También tuve la
oportunidad de conocer mucha gente interesante. Por otro lado, me ha servido
cómo banco de prueba para futuros viajes más ambiciosos y con mayor
planificación. A ser posible, compartidos con otras personas de intereses
afines. No se trataba de un reto de ningún tipo, pues las facilidades que
ofrece el Camino restan cualquier mérito por las numerosas facilidades que
ofrece. Lo recomiendo a cualquier persona que necesite poner un punto y aparte
en su vida o simplemente quiera encontrar tiempo para reflexionar; yo lo
necesité en la ocasión del 2013. Finalmente, espero que esta lectura pueda
haber aportado algo positivo a los interesados y os deseo un ¡Buen Camino!
Gabriel Romero.